De repente, sintió el peso de una mirada clavándose en él.
En el sonoro silencio
que reinaba en la biblioteca, se preguntó si era posible que alguien estuviera
mirándole a gritos.
Allí estaba ella.
Nada especial, ya no cumpliría los cuarenta. Su mirada, en cambio, era otra
cosa. Hipnotizado por su poder de atracción, siguió su pañuelo de seda hasta el pasillo de “Clásicos
Latinos”. Ella se detuvo, cogió un libro, sacó un lápiz y un papelito, en el
que escribió algo. Metió la nota en el libro, lo dejó sobre el estante y
desapareció por el pasillo perpendicular.
Sintió el corazón
galopando en su pecho cuando lo cogió, era “El arte de amar” de Ovidio. Frenético,
buscó la nota entre las páginas. La encontró. Aún estaba tibia, y exhalaba un
sensual perfume a flor de Ylang-Ylang. Decía : ”Te espero en el bar de
enfrente. No tardes”.
¡Eterno Ovidio!