miércoles, 19 de septiembre de 2012

EPIFANÍA



Como cada día, salió de su casa, dispuesto a atrapar, mediante el carboncillo, retazos de realidad, trazos del espíritu de la vida cotidiana que sólo sus ojos, entrenados por la práctica y el paso de los años, sabían aislar y plasmar, en un instante despojado de todo lo que no fuera pureza.
Se sentó en un banco de aquella plaza anónima y anodina e hizo lo posible para enmudecer su diálogo interno, convirtiéndose así en puro receptor del alma colectiva.
Entonces la vio venir hacia él. La muchacha llevaba un ramo de rosas, se le paró delante y sonriendo, sin decir palabra, le tendió una de sus flores y siguió su camino .Él se quedó en blanco, nunca nadie antes le había agasajado tan hermosamente. Enfrentado a la tarea imposible de plasmarse como espectador y autor, decidió guardar aquel momento en su corazón.
Recogió sus cosas y volvió a casa.