domingo, 6 de mayo de 2012

BUCÓLICA


Interrumpe mi descanso la poderosa sinfonía de las cigarras. A mi cuerpo le cuesta responder. Siento en el paladar el sabor acre de los excesos de la noche de fiesta.
Me pongo las gafas de sol y descorro, bruscamente, la cortina de pesado terciopelo.

En el prado vecino a la casona, un burro pasta calmosamente, mientras su miembro viril, enhiesto, se balancea arriba y abajo, al ritmo de sus quijadas.
Un poco mas allá, dos zagales miran al borrico, parapetados tras un murete de piedra.

Les veo intercambiar unas palabras rápidas y una mirada de complicidad, y, de pronto, esgrimen cada uno un tirachinas, y en una rápida andanada de dolorosa puntería, santiguan por dos veces el sexo del espantado pollino, que huye dando corcovas y rebuznando desesperadamente.

Decido saltarme la comida y me zambullo en la cama, el cuerpo me pide siesta.

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