viernes, 27 de abril de 2012

EL INFIERNO DE LA SOLEDAD

Amanece. Hace años ya que la gloriosa sinfonía de colores no despierta en mí ninguna emoción. La isla, que, tiempo atrás, me parecía el Jardín de las Delicias, ahora es uno más de los Infiernos que retrató Dante. 
El pueblo, y el puerto muestran, sólo para mis ojos, cómo el Hombre es, para la Naturaleza, una enfermedad benigna, de cuyas secuelas se recupera rápidamente.
A lo lejos, en la bocana del puerto, las boyas que marcan los accesos al muelle, oscilan al ritmo de la marea, y las olas, al moverlas, arrancan de las campanas que las coronan, lentos repiques que suenan a toque de difuntos.
Hoy tocan por el pueblo y por el puerto, lo sé, pero llegará un día en que moriré, y no quedará persona alguna que pueda dar fe de por quién doblan las campanas. Espero que doblen también por mí, aunque nadie vuelva a oírlas.




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