El pueblo, y el puerto muestran, sólo
para mis ojos, cómo el Hombre es, para la Naturaleza, una
enfermedad benigna, de cuyas secuelas se recupera rápidamente.
A lo lejos, en la bocana del puerto,
las boyas que marcan los accesos al muelle, oscilan al ritmo de la
marea, y las olas, al moverlas, arrancan de las campanas que las
coronan, lentos repiques que suenan a toque de difuntos.
Hoy tocan por el pueblo y por el
puerto, lo sé, pero llegará un día en que moriré, y no quedará
persona alguna que pueda dar
fe de por quién doblan las campanas. Espero que doblen también por
mí, aunque nadie vuelva a oírlas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario