viernes, 27 de abril de 2012

COMUNIÓN


    Habían llegado a Góriz. Como siempre, el refugio estaba lleno. Dejaron sus mochilas fuera y tras echar un vistazo al menú, apuntado en un papel pegado a la puerta, se sentaron en el comedor y pidieron la cena.


    Ya cenados, recogieron sus mochilas y se dirigieron a la pradera, donde montaron la tienda.


    La tarde caía, cuando, en pocos minutos, el rojo cielo de un ocaso glorioso, quedó cubierto por nubarrones preñados de agua, empujados por fuertes ráfagas de un viento cálido, que zarandeaba la tienda.


    Con la tormenta aullando en el exterior,se tumbaron sobre sus sacos. De pronto, ella se incorporó, un fuego brillaba en sus ojos. Se desnudó a toda prisa. Él la imitó. Hacían el amor, aullando contra el viento, lloviéndose caricias uno al otro, perfectamente acoplados, hasta que al unisono con un monstruoso trueno final, llegaron al clímax, y se derrumbaron abrazados.


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