viernes, 27 de abril de 2012

CHAMBERGO


Chambergo calado hasta las cejas, hispida pelambre asomando sobre la camisa desabotonada hasta el pecho, la vehemente mirada de aquel soldado español no se desviaba, ni por un segundo, de los fortines que los flamencos habían levantado ante las puertas de Gante, único obstáculo para consumar la toma de la ciudad.


A sus espaldas oía trajín de artilleros,  que pausadamente iban colocando en posición los cañones que, en breve rato, descargarían en rápida cadencia una mortal lluvia de hierro y fuego, tras la cual, su Tercio tenía orden de lanzar un asalto que debía concluir con la toma de la ciudad.
Añoraba España, hacía diez años ya que la abandonó, enrolado por hambre, aún obedecía con un “como mandéis”, pero cada día tenía más ganas de decir “adiós”. Y es que era el único que quedaba vivo del año en que se alistó en su Tercio. 


COMUNIÓN


    Habían llegado a Góriz. Como siempre, el refugio estaba lleno. Dejaron sus mochilas fuera y tras echar un vistazo al menú, apuntado en un papel pegado a la puerta, se sentaron en el comedor y pidieron la cena.


    Ya cenados, recogieron sus mochilas y se dirigieron a la pradera, donde montaron la tienda.


    La tarde caía, cuando, en pocos minutos, el rojo cielo de un ocaso glorioso, quedó cubierto por nubarrones preñados de agua, empujados por fuertes ráfagas de un viento cálido, que zarandeaba la tienda.


    Con la tormenta aullando en el exterior,se tumbaron sobre sus sacos. De pronto, ella se incorporó, un fuego brillaba en sus ojos. Se desnudó a toda prisa. Él la imitó. Hacían el amor, aullando contra el viento, lloviéndose caricias uno al otro, perfectamente acoplados, hasta que al unisono con un monstruoso trueno final, llegaron al clímax, y se derrumbaron abrazados.


UNA DE LAS ONCE MIL VIRGENES...


Sonó el despertador, sacándola de un delicioso sueño erótico. Su mano se dirigió, instintivamente, a su vientre, notándolo jugoso y abierto al juego sensual y se masturbó, gozando de las últimas imágenes del sueño que se desvanecía con rapidez.
Recordó entonces su lectura de la noche anterior, un par de páginas de un delicioso librito titulado “Las once mil vergas”, y fue como si se abrieran las puertas de un torrente de deseo. Su mano y sus dedos destilaron la esencia de su sexualidad y su cuerpo vibró y se convulsionó al compás de las oleadas de un silencioso orgasmo.
Jadeante aún, apartó la ropa de la cama, encendió la luz  y se fue vistiendo, despaciosamente, sin poder reprimir una sonrisa de satisfacción. Se sentó en su silla y se calzó las sandalias.


Sor Magdalena se levantó, y con  cuerpo tranquilo y alma inquieta, se encaminó a la capilla.


EL INFIERNO DE LA SOLEDAD

Amanece. Hace años ya que la gloriosa sinfonía de colores no despierta en mí ninguna emoción. La isla, que, tiempo atrás, me parecía el Jardín de las Delicias, ahora es uno más de los Infiernos que retrató Dante. 
El pueblo, y el puerto muestran, sólo para mis ojos, cómo el Hombre es, para la Naturaleza, una enfermedad benigna, de cuyas secuelas se recupera rápidamente.
A lo lejos, en la bocana del puerto, las boyas que marcan los accesos al muelle, oscilan al ritmo de la marea, y las olas, al moverlas, arrancan de las campanas que las coronan, lentos repiques que suenan a toque de difuntos.
Hoy tocan por el pueblo y por el puerto, lo sé, pero llegará un día en que moriré, y no quedará persona alguna que pueda dar fe de por quién doblan las campanas. Espero que doblen también por mí, aunque nadie vuelva a oírlas.